El sábado pasado retomé, sin planearlo, algo que hacía tiempo me ilusionó pero se quedó apartado por practicidad y otras razones que no vienen al caso. Retomé mi idea de descubrir, de la mano de mi compañera de vida y aventuras, clubes swinger en los que no hubiera estado nunca antes.
Con nueva pareja y roles intercambiados, cuando fui el que se dejaba llevar siendo ahora por el quien se dejan llevar, nos animamos a visitar el club recientemente abierto en las afueras de Barcelona “El Jardín del Edén”.
Horas antes, a distancia, nos sugeríamos atuendos y complementos, nos consultábamos opiniones, nos prometíamos excitaciones y nos asegurábamos nerviosos.
Duchas y acicalamientos, vestirse en frente del espejo imaginándonos juntos ante miradas lascivas de desconocidos. Me gusté, supe que le gustaría y aún me gusté más.
Tuve tentaciones de tocarme pero no tenía derecho a ello. Entonces y hasta el día siguiente, mi cuerpo no me pertenecía, mi placer era suyo y sólo ella decidiría dónde, cuándo y cuánto desatarlo.
Mi casa, el coche, su portal prácticamente de manera mecánica, cuando estoy ansioso por verla funciono inconscientemente. La esperé pacientemente, me vale la pena esperarla aunque sean horas sólo por verla. Tendrías que haberla visto cuando apareció al lado de la ventanilla del coche y se desabrochó el abrigo, me entenderías. Llevaba un vestido largo, de tul negro prácticamente todo translúcido por no decir transparente. Debajo, sólo unas braguitas, un inmenso collar y sus tacones de infarto.
“ Entra y hazme el boca a boca que se me olvidó respirar.”
El camino hasta el club me recordó cuando fui a Udara antes de que lo cerraran, esa zona, esos polígonos… se me hizo eterno, ¡quería llegar ya!
Buena pinta desde fuera, sí, pero es que dentro era espectacular. Enorme pero perfectamente pensado para que aún si hay poca gente, no se vea vacío. Tal como dijo S, mi chica, los dueños son franceses y los franceses saben hacer las cosas bien. Estoy de acuerdo, quizá no la generalización sobre los franceses pero sí que, por lo menos estos, han sabido hacerlo muy bien.
Nos dan la bienvenida, nos recuerdan las normas del club, nos explican el funcionamiento de las pulseritas para las consumiciones. Nos despojamos en primera instancia de los abrigos para empezar a pasearnos por el club y descubrir todos sus espacios, rincones y posibilidades. Pasillo francés, sala del cine, taquillas, baños, piscina, habitaciones, pista de baile, sofás, barras. Todo pensado para cualquier tipo de situación, lo que te apetezca, con quien te apetezca y cómo te apetezca.
Nos enamoramos de la habitación roja dispuesta para que seas observado desde un sofá o desde una ventanita y, con lo exhibicionistas que somos, no podíamos empezar por otro lugar. No le saqué la ropa, yo tampoco, me puse en cuclillas detrás de ella mientras se asía a una butaca, le separé la braguita y planté mi cara entre sus nalgas para preparar su sexo con mi lengua. Aunque no hubiera hecho falta, estaba abundantemente lubricada y eso me pone a cien. Me puse duro en cada trago de su flujo hasta que tuve la necesidad de entrar en ella. Me levanté, me aparté la kilt dejando al descubierto mi polla, le aparté la braguita y entré sin miramientos empujándola en cada embestida a ella y a la butaca.
Tenía toda su espalda, de hecho a toda ella, a mi alcance. Pero quería verla mejor. Le saqué el vestido que ya me estorbaba sin salir en ningún momento de ella y la dejé con lo único que iba a llevar el resto de la noche: Ese collar que decoraba su magnífico cuello al descubierto por su pelo recogido, sus braguitas exquisitamente escogidas y sus tacones que moldeaban su figura y acercaban su boca a la mía cuando nos poníamos de frente. Ella así y yo únicamente con la kilt y nuestro colgante, nos paseamos y follamos en cada uno de los espacios del club. Permitíamos que se acercaran parejas y jugaran con sus pechos, que le besaran el cuerpo, caricias y deseos mientras sólo yo la poseía desde atrás. Cuatro horas de morbo, sexo intenso, sexo suave, sexo sentido y sexo duro. Volví a estar en cada rincón de su cuerpo, no dejé parte de ella por explorar, por tocar, por lamer, por follar. Fuimos deseados entre nosotros y por otros. Lo recuerdo como una especie de trance, como un sueño completamente consciente y que me hace estremecer al cerrar los ojos y sentirnos otra vez ahí, otra vez así.
Hicimos nuevos conocidos y reencontramos viejos amigos.
Ya tenemos un nuevo lugar especial al que querremos volver, nuevos recuerdos y nuevas experiencias. Nos aprendimos más y nos enamoramos aún más.
¿Nos vemos en el Jardín del Edén?