En reiteradas ocasiones he creído ser adicto al sexo; buscarlo desesperadamente, ocupar mi tiempo y mi mente prácticamente en su totalidad para conseguir un encuentro sexual que finalmente no me satisfará, no me saciará y me frustrará.
Pero ayer descubrí que no, que mi adicción no es al sexo, que mi adicción es ella, a su sexo. Es a follar con ella lo que mi cuerpo busca como algo vital, lo que hace mi mente es buscarla en otras personas porque no la tengo siempre que la ansío porque la ansío a todas horas y mis manos ya no engañan a mi piel, mis ojos cerrados ya no mienten fructuosamente mi mente. Tocarme ya no es suficiente. Necesito su boca, esa boca que me vuelve loco. Necesito su espalda, esa espalda en la que me pierdo. Necesito sus manos, esas manos que me erizan la piel. Necesito su aliento, ese aliento que me llena los pulmones haciéndome sentirla dentro. Necesito sus brazos, esos brazos que junto a sus piernas me atrapan y me empujan más adentro de ella, ese adentro en el que me siento tan bien, en el que encajo a la perfección, en el que me siento completo… donde me quedaría hasta morir y, de hecho, así es, ahí acabo muriendo una y otra vez.
Y estremezco, la busco y no está y vuelvo a empezar con el síndrome de abstinencia y la angustia.